Esta zona, donde hoy se asienta la ciudad de Vergara, allá por el año 1883, cuando recién empezaban a poblarse las zonas aledañas de Cañada Grande, eran de enormes bañados, con senderos marcados a pata de caballo y densa vegetación, que como una muralla natural, trataban de cerrar el paso, hasta las márgenes pintorescas y semi-salvajes del arroyo Parao.-
La tradición oral que imperaba en mi familia materna y en especial las historias que nos contaba nuestra abuela, María Rosa FALIVENI, giraban siempre en torno, a los felinos salvajes, que poblaban el monte virgen, contiguo a las márgenes del Parao.-
La madre de mi abuelo CUELLO, que se llamaba Virginia DAS NEVES y vivía junto a su esposo Germán CUELLO, en un campo ubicado en la Cañada Grande, a una legua más o menos de Vergara, para adelante del Cementerio, venía con sus criadas en un carruaje a lavar la ropa familiar, en las cercanías del Paso Real del Parao.-
Contaba que muchas veces, escuchó potentes rugidos de felinos, que podían ser yaguaretés, pero por suerte jamás pudo ver a ninguno de ellos, sacante de que muchas veces, encontraron sus rastros, supuestos “echaderos” y reses muertas y desgarradas por los consumados carnívoros.-
Y es que eran tiempos, en los cuales esos felinos pululaban como una peste, por la campaña semi- bárbara.-
Corría el año 1889 y aunque el caso ocurrió en el Departamento de Cerro Largo, en el paraje Cañada de Santos, no escapa al tema en cuestión, máxime, con el hondo dramatismo con que se desarrolló.-
Era el rancho del carrero de carreta con bueyes, Eufemio JUAREZ, quien por ese tiempo, estaba momentáneamente ausente del lugar, porque viajaba hacia Treinta y Tres, fleteando con su carreta.-
La mañanita de enero, comenzaba a columpiarse en la tierna alegoría de un cielo color añil, azotado lentamente por un sol abrasador, que de a poquito iba ganando posiciones.-
La esposa de JUAREZ, una joven mujer, lavaba la ropa de su bebé de seis meses de edad, cuando sorpresivamente desde el monte cercano al rancho, emergió gallardo y a rugido limpio, semejante yaguareté.-
La mujer, instintivamente, largó lo que estaba haciendo, huyó despavorida hacia el rancho, tomó el bebé entre sus brazos y recostando una escalera de madera a una de las paredes laterales, trepó de inmediato para la cumbrera del rancho.-
El animal, dueño y señor de la situación, intentó de un salto trepar los peldaños de la escalera, no lográndolo y en ese caso, la misma cayó sobre un costado de la pared de terrón, del humilde ranchito.-
A los gritos de auxilio de la mujer, acudió de galope tendido en el caballo, Eduviges PERALTA, peón de una estancia cercana, que en esas horas andaba recorriendo el campo.-
Casualmente, PERALTA, había prestado el puñal a un compañero de trabajo, que transitoriamente lo necesitaba y al tomar contacto con el hecho que se estaba desarrollando, echó pie a tierra de la cabalgadura y desató el lazo que llevaba a los tientos.-
Tras enlazar el yaguareté y al éste, cortarle el lazo a mordiscones y haciendo gala de sus filosas uñas, PERALTA, no se achicó y en ese caso, desató las boleadoras que portaba en la cintura y se trenzó en feroz lucha con el animal.-
Herido, pero no de consideración logró asestarle dos o tres bolazos en la cabeza al felino, dándolo por tierra, el cual después de quejumbrosos estertores, quedó inmóvil, sin signos de vida.-
Eduviges PERALTA, tranquilamente, reincorporó la escalera, la recostó a una de las paredes del rancho, subió por ella al techo de la vivienda y rescató sanos y salvos a la esposa del carrero Eufemio JUAREZ y al bebé de seis meses.-
Así nomás de sencillo, poder contar este relato, a más de cien años de sucedido…
ES UNA YEGUA …MI CORONEL!!
Este pago vergarense, fue tierra signada por viejos de barbas blancas, que tenían en su haber muchas historias y leyendas, nacidas al costado de los fogones que templaban los ánimos, cuando la frialdad de la guerra, le había hincado los dientes, a la campaña uruguaya.-
Y es que muchos de esos pellejos, habían sufrido “chuzazos”desde la época de Timoteo APARICIO, como don Segundo OXLEY. Posteriormente, cuando “La Tricolor”, “El Quebracho”, 1897, 1904 y la intentona de 1910, donde al influjo de Basilio MUÑOZ, llegó a tomarse Nico Pérez, con el fin de presionar el gobierno del Presidente Dr. WILLIMAN, muchos más, siguieron una u otra divisa, contando por ende sus hazañas, que lógicamente muy pocos después, se animarían a desmentirlas.-
Innumerables anécdotas de campamento, quedaron grabadas para siempre en la mente de esos viejos de barbas blancas, que habían vivido y sufrido, hasta el alma, la revolución de 1897.-
Desde acá por ejemplo, arrancó con destino a la revolución el Coronel Fortunato JARA, caudillo blanco, nacido en “El Rincón de los Coronel”, en Cerro Largo y que en su juventud, había sido soldado del General Manuel ORIBE, durante el transcurso de la Guerra Grande.-
Estaba viejo, cansado de las guerras, aquejado de reuma, casi tullido y con un incipiente parkinson en su mano derecha, que según sus propias palabras, enunciadas ante un emisario del caudillo Doroteo NAVARRETE, lo evidenciaba como que: - Diande otra guerra… A gatas camino… No puedo ni con el mate…
Sin embargo, esa misma noche, descolgó su vieja lanza, vistió su raído traje militar, ensilló el tobiano negro, se enhorquetó como pudo y salió rumbo a Dragón con el fin de reunir viejos adeptos a la causa, “vivaquear” y unirse por fin, a la vanguardia de LAMAS y de SARAVIA.-
A raíz de lo sucedido con el General Justino MUNIZ, cuando se puso al servicio del gobierno colorado, el Coronel JARA, que siempre lo había acompañado, desertó de esa fuerza, uniéndose entonces al ejército que mandaba Aparicio SARAVIA.-
Dos meses más tarde, el 14 de mayo de 1897, caía para siempre en Cerros Blancos (Departamento de Rivera), cuando un tiro de fusil, le impactó en el corazón, bajándolo del caballo, en momentos que ordenaba a la División Cerro Largo, una carga a lanza. Tenía entonces 77 años de edad…
Pero su destino, quedaría indisolublemente ligado al del también caudillo blanco, oriundo de Cerro Largo, Coronel Juan Francisco MENA, quien fuera herido en esa batalla y al retirarse de la pelea seguido por su gente, rumbo al Brasil, Jara, con su División, fue a cubrir el claro que había quedado, con las consecuencias ya descritas.-
Se comentaba, que el día antes de la batalla de Cerros Blancos, con las Divisiones acampadas y el enemigo a la vista, el Coronel MENA, que había visto morir a su padre, el cuadillo blanco Ignacio MENA, lanceado en 1871, cuando la batalla de “Chafalote” (Departamento de Rocha), tenía formación militar en el ejército argentino y se había fogueado como tal, en la campaña contra los indios de la pampa; ordenó al “trompa” de su confianza: - Toque clarín, para que lleven a dar agua a los caballos…
Así cumplió el soldado y MENA en persona, salió de su carpa y se puso a supervisar la orden que había impartido.-
De pronto, su mirada atenta y previsora, logró advertir que un equino había quedado atado al maneador y entre relinchos, que hacían temblar la tierra, se deshacía por seguir a los de su especie.-
Entonces el Coronel MENA, sin dudar un instante, nervioso y rígido militar como era, pegó un grito, lleno de energía y pujanza: - Quién fue el relajao que dejó ese caballo atado en el maneador?...
Uno se descubrió, parándose firme y sacándose el sombrero: - Fui yo… Mi Coronel!!
MENA, que era de poco genio, echando chispas por los ojos, le gritó: -Usté no escuchó el clarín que ordenó darle agua a los caballos?...
Y el otro, sin inmutarse para nada ante la reprimenda del Coronel MENA, parado siempre firme, con el sombrero en la mano, le contestó: - Es que no es caballo… Es una yegua, mi Coronel!!
MENA, giró sobre los talones, le dio la espalda al combatiente y se perdió carpa adentro, haciendo “pucheros” para no reírse…