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En el barrio “El Centro”, fui vecino de los ROBAINA (Vifredo, Roberto y Ventura), de los SCARANO (“Minguito” y José), de los MACHADO (“Gito” y Bairo), de la librería “Ariel” del “Tito” CARDOZO, del peluquero CAETANO (que era primo de Julio C. DA ROSA) y del vasco Ignacio ARBELAYZ, que era nacido en Guipúzcoa (España).-

Muchos recuerdos tengo en mi haber de esa casa, donde hoy, ocupa la tienda “Super Gero” y que en mi tiempo, mi padre de crianza, había instalado un comercio de Ramos Generales, con surtidor de nafta en la puerta y reclame de malta “MONTEVIDEANA” en la pared, que siempre giró bajo la leyenda de boletas y cartel: “CASA ROBAINA- DE PRUDENCIO ANTUNEZ”. Con sus paredes de ladrillo entero, sus pisos y cielorrasos de “pinotea”, sus enormes puertas y ventanas, sus galpones de piso de tierra y sus dos patios interiores, donde se destacaban: el aljibe profundo, que nunca se secaba; los jardines delineados por Lino SORIA y la camelia matizada, que era el orgullo y la admiración de mi madre y toda su parentela de viejas FALIVENI.-

En el patio del fondo se destacaban: el muro que construyó Jacinto ALVEZ, con el “Sordo” Ramón SOSA de ayudante; un limonero eterno de viejo, un sauce llorón, traído del “Paso de Piriz” y la planta de hortensias, que mi madre tanto cuidaba y adoraba, quizás, porque ella se llamaba Irma Hortensia y le gustaban tanto las flores…

Cuando hoy, muchos me detienen el paso y con confianza y sin maldad, me preguntan de donde saco tanto material para hacer estos apuntes, vueltos historia, les respondo que esa inagotable cantera, nació, vivió y aun persiste, en la barra de viejos y no tanto, que se conformaban en el boliche de mi padre, en… “LA CASA DE LOS ROBAINA”. . .

UNA  HISTORIETA  DE VERDAD…

Signado por una  generación de hombres y mujeres, que habían sobrevivido a los horrores de las guerras de 1897 y 1904, al “barullo” de 1910 y a las “bravuconadas” y “chirlazos” de 1935 y después a las changas más diversas: troperos, esquiladores, guardia civiles, peones de estancia, contrabandistas con cargueros, zafreros del Arrozal “33” y ellas: lavanderas (de tabla, faldones remangados, jabón casero y “palmeta”), bordadoras, tejedoras, vencedoras, parteras y hasta “mujeres de la vida”, fueron nutriendo mi ser, de todo ese entorno natural, con materia prima surgida de primera mano.-

Mi partera por ejemplo, fue doña Lucía DIAZ, compañera de don Angelito ROLDAN, que en 1904, había sido abanderado de una división del General Aparicio SARAVIA.-

Como recuerdo de su pasado guerrero, tenía una distinción escrita, que le había sido entregada por gente del Directorio del Partido Nacional, en la cual resaltaban sus servicios a la causa.-

Como corolario de todo eso, el viejo, siempre andaba de cuchillo en la cintura y no le gustaba que lo llevaran por delante. Fuera quien fuera.-

En ese tiempo, principios de la década del 60 y siguiendo el legado de viejos ancestros guaraníes, mi madre contrató a doña María SANTANA DE BARRETO, la esposa de don Salvador, para que me mostrara la luna tres veces. Mientras pronunciaba entre dientes, la frase infalible: “Luna, lunar, mira este niño y déjalo criar”.-

Con esta vencedura, evitaban que los niños sufrieran diarreas o dolores de barriga, con sus consiguientes perjuicios, basados en la temida deshidratación o la persistente crisis de llanto. Mi madre, siempre contaba, que doña María, conmigo en los brazos me mostraba la luna, pronunciaba la frase de rigor y después a paso menudito, arrancaba para el interior de la casa. Así, tres veces seguidas. Mientras circunstancialmente, me escondía de una semejante luna llena, que asemejándose a un medallón blanco y frío, pendía del cielo vergarense, entre un rosario de estrellas titilantes.-

Tiempo después, ya más grandecito, me llevaban a Yaguarón (Brasil), a la casa de don Ramón MARTIRENA, aquel viejo bueno, con una larga barba blanca, que hizo muchas curaciones (a veces sin cobrar un peso). Que me decía “mi amigo”, practicaba la videncia, era político de “CHICO  TAZO” y le habían faltado dos materias para recibirse de médico.-

Recuerdo que a su espalda, había una lanza, con la chuza recostada a la pared y él (que era uruguayo y falleció a raíz de un balazo sufrido en un incidente familiar), realizaba pociones con diversos tipos de yuyos, pero también recetaba remedios, que los expedían en la farmacia contigua a su consultorio.-

 

Material Jorge Muniz